• Ante la emergencia sanitaria por la COVID-19, la ciudadanía debe cuidarse en lo individual pero también en colectivo: Lucía Álvarez, del CEIICH, durante conferencia del ciclo La ciudad y la pandemia.

“La situación que estamos viviendo ante la pandemia, es completamente novedosa, ya que la población menor de 80 años no había experimentado ningún evento similar”, expresó la Dra. Lucía Álvarez Enríquez, investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la UNAM, durante la conferencia virtual del ciclo “La ciudad y la pandemia”, que organiza el Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad (PUEC).

Resaltó que la ciudadanía ha reaccionado de diversas maneras ante la pandemia por la COVID-19, entre las más frecuentes están: la negación, desacreditando la existencia de esta; la conspiración, que promueve el desacato basado en mecanismos de control derivados de la propagación de un virus el cual se especula es artificial; suspicacia o desconfianza hacia las autoridades y científicos por ocultar o falsear información.

También la incredulidad e inmunidad, que parte del supuesto “a mí no me va a pasar”; la minimización de los posibles efectos del virus y el fatalismo, donde la gente piensa que no existe ninguna acción que pueda cambiar el rumbo de la pandemia.

La Dra. Álvarez, quien coordina el Programa de investigación Ciudades, gestión, territorio y medio ambiente en el CEIICH, explicó que estas respuestas son definidas por diversos factores culturales, sociales, religiosos, emocionales, ideológicos o políticos y, no necesariamente por ignorancia o falta de información.

Ante la disyuntiva de la población de atender en primer lugar el bien individual o el bien común, cuidarse uno mismo o cuidar a los demás, la vida privada o la vida pública, la investigadora subrayó que, en estas circunstancias deben atenderse ambas dimensiones a la vez: sí lo individual, pero también lo colectivo.

La ciudadanía implica asumirse como protagonista de la vida pública. El reconocimiento de los individuos como miembros con pertenencia y competencia en su sociedad, aunado al reconocimiento de los ciudadanos como miembros activos de su comunidad.

Destacó la diversidad de iniciativas, como las que retoman las experiencias de los sismos de 1985 y de 2017 en la Ciudad de México, donde los ciudadanos participaron en los entornos más cercanos organizando redes de apoyo, detección de población vulnerable, campañas de información, ayudando a dar respuesta a necesidades que no habían sido atendidas por las instituciones y gobiernos.

Otras acciones de la ciudadanía van ligadas a la solución de problemas emergentes como la violencia de género y violencia doméstica; así como labores que abren canales de cooperanción y vinculación con la academia, el gobierno, el sector privado y la sociedad civil.

Subrayó la labor de las organizaciones de movimientos populares en las ciudades y de organizaciones sociales y civiles que recuperan sus experiencias y saberes para generar respuestas y alternativas, así como estrategias y acciones puntuales para, por ejemplo, desarrollar campañas para crear conciencia acerca de las necesidades de protección, cuidado y seguimiento de reglas básicas ante la pandemia.

También destacó a la academia y la comunidad científica, técnicos y especialistas que se involucran en las problemáticas emergentes y se avocan a explorarlas, entenderlas y ofrecer soluciones y opciones en el corto y mediano plazo.

Igualmente, existe ciudadanía que abre canales de interlocución y cooperación con las instituciones, gobiernos, partidos, y otros actores como empresas y fundaciones, que no se empecinan en la confrontación, sino en sumar esfuerzos para actuar en colectivo.

Todos estos ejemplos “nos lleva a pensar en una ciudadanía que asume el derecho a la ciudad a través de la propia participación”.